Así como existen diferentes formas de ser uno mismo, diferentes formas de comportarse, existen también diferentes reacciones. Quizá la más conocida es aquella que enarboló el archiconocido Karl Marx: No se hace sociología solo para conocer al mundo, sino también para transformarlo. Esta consigna pues, se puede aplicar ahora, sin necesidad de seguir los pasos comunistas al pie de la letra. La pregunta es: ¿está bien que seamos así de prejuiciosos con todos esos que son diferentes a nos?
Yo le encuentro dos cosas cuando lo veo desde la lente antropológica: primero, es una consigna moral, es decir, está sujeto al cambio histórico (ya escribí sobre eso), segundo, si intervenimos por esa consigna de cambio (humanista, vanguardista, moralizadora, tradicionalista, lo que sea) estamos imponiendo una forma de vida, una realidad subjetiva sobre como creemos que deben de ser las cosas, en ello el antropólogo estaría pecando de etnocentrista, pasando por alto la relatividad cultural.
Ahora bien tenemos el dilema al frente: intervenir y cambiar o dejar que las cosas sigan su curso (algo así como el lema liberal: dejar hacer, dejar pasar). Yo creo que hay un punto medio entre ambos, y pienso que es la razón por la cual en el Perú aún seguimos estudiando Antropología. Me refiero pues a la concertación para el desarrollo. En todo caso es una forma de entendernos considerando que sea cual sea nuestra ubicación, procedencia, color de piel, creencias, etc. somos uno solo, o como dice Carlos Iván Degregori: ver a los otros como parte de un nosotros diverso.
Es más difícil, dice Clifford Geertz, lograr la proeza de vernos a nosotros mismos entre los otros, como un ejemplo local más de las formas que localmente adopta la vida humana, un caso entre casos, un mundo entre otros mundos, que no la extensión de la mente, sin la que la objetividad es mera autocomplacencia y la tolerancia un fraude.
Gente de bien, si ven un borracho en la calle, allá él con su pan y se lo coma (don Quijote dixit) porque cada uno de nosotros somos incomparables, un caso entre casos… si alguien es un inmaduro ¿Qué nos importa? Porque si alguien ha tomado la decisión de ser lo que es, o lo que quiere ser, es su asunto, debemos respetarlo, tolerarlo; he aquí la verdadera inmadurez, la inmadurez histórica: aquel que no consigue adaptarse al contexto histórico. La intolerancia.
Pero si alguien reconoce que no es como el resto, ayúdalo, así no pecamos contra la moral, porque de eso trata la antropología: saber lo que la comunidad quiere para si misma, y como y de qué forma quiere progresar. Por que, valgan verdades, siempre ha existido la imposición cultural y seguirá existiendo hasta el fin de los tiempos. Pero ahora que lo sabemos, ¿no sería más humanista y más ético concertar, osea dialogar, entendernos entre nosotros, para que esa imposición no sea tan traumática?
NOTA: este artículo de tres partes (hasta ahora) se lo dedico a un grupo de amigos que por diferentes razones hemos sido discriminados
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